jueves, 22 de diciembre de 2016

¿Qué es la humanidad?

¿Qué es la humanidad?

"Daneel hizo una pausa, como tratando de elegir sus palabras. [...] estoy gobernado por las Tres Leyes de la Robótica, que traducidas en palabras, son tradicionalmente, o lo fueron hace mucho tiempo, las siguientes.

-Una . Un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.
-Dos. Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la 1ª Ley.
-Tres. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la 1ª o la 2ª Ley.

Pero Tuve un amigo... hace veinte mil años. Otro robot. [...] Le pareció que debía establecerse una ley general por encima de las Tres Leyes. La llamó la Ley Zeroth, puesto que el cero viene antes que el Uno. Es la siguiente

-Cero. Un robot puede no lastimar a un ser humano o, por inacción, permitir que la Humanidad sufra daños,
Así la Primera Ley debería decir:
-Una. Un robot puede no lastimar a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano se lastime, excepto cuando estas órdenes entraran en conflicto con la Ley Zeroth. [...] 

El problema es que el sel humano es fácil de identificar,[...] Pero ¿Qué es la Humanidad?


"Preludio a la fundación", Isaac Asimov

Con esta plata, compro vuestra alma.



-Me llamo Jean Valjean: soy presidiario. He pasado en presidio diecinueve años. Estoy libre desde hace cuatro días y me dirijo a Pontarlier. Vengo caminando desde Tolón. Hoy anduve doce leguas a pie. Esta tarde, al llegar a esta ciudad, entré en una posada, de la cual me despidieron a causa de mi pasaporte amarillo, que había presentado en la alcaldía, como es preciso hacerlo. Fui a otra posada, y me echaron fuera lo mismo que en la primera. Nadie quiere recibirme. [...] Iba a echarme ahí en la plaza sobre una piedra, cuando una buena mujer me ha señalado vuestra casa, y me ha dicho: llamad ahí. He llamado: ¿Qué casa es ésta? ¿Una posada? Tengo dinero. Ciento nueve francos y quince sueldos que he ganado en presidio con mi trabajo en diecinueve años. Pagaré. Estoy muy cansado y tengo hambre: ¿queréis que me quede?-Señora Magloire -dijo el obispo-, pondréis sábanas limpias en la cama de la alcoba.
[...]
-Caballero, sentaos junto al fuego; dentro de un momento cenaremos, y mientras cenáis, se os hará la cama. La expresión del rostro del hombre, hasta entonces sombría y dura, se cambió en estupefacción, en duda, en alegría. Comenzó a balbucear como un loco: ¿Es verdad? ¡Cómo! ¿Me recibís? ¿No me echáis? ¿A mí? ¿A un presidiario? ¿Y me llamáis caballero?
[...]

Daban las dos en el reloj de la catedral cuando Jean Valjean despertó. [...] Muchas ideas lo acosaban pero entre ellas había una que se presentaba más continuamente a su espíritu, y que expulsaba a las demás; había reparado en los seis cubiertos de plata y el cucharón que la señora Magloire pusiera en la mesa. Estos seis cubiertos de plata lo obsesionaban. Y estaban allí, a algunos pasos. Y eran macizos. Y de plata antigua. Con el cucharón, valdrían lo menos doscientos francos. Doble de lo que había ganado en diecinueve años.

[...]

Al día siguiente, se abrió con violencia la puerta. Un extraño grupo apareció en el umbral. Tres hombres traían a otro cogido del cuello. Los tres hombres eran gendarmes. El cuarto era Jean Valjean. Un cabo que parecía dirigir el grupo se dirigió al obispo haciendo el saludo militar. -Monseñor... -dijo.

[...]
-¡Ah, habéis regresado! -dijo mirando a Jean Valjean-. Me alegro de veros. Os había dado también los candeleros, que son de plata, y os pueden valer también doscientos francos. ¿Por qué no los habéis llevado con vuestros cubiertos?
 [...]
-Amigo mío -dijo el obispo-, tomad vuestros candeleros antes de iros.
[...]
El obispo se aproximó a él, y le dijo en voz baja:
 -No olvidéis nunca que me habéis prometido emplear este dinero en haceros hombre honrado. Jean Valjean, que no recordaba haber prometido nada, lo miró alelado. El obispo continuó con solemnidad:
 -Jean Valjean, hermano mío, vos no pertenecéis al mal, sino al bien. Yo compro vuestra alma; yo la libro de las negras ideas y del espíritu de perdición, y la consagro a Dios.

Victor Hugo, "Los Miserables"


jueves, 12 de mayo de 2016

Y yo me partí de allí, solo y sin camino

"Y estaba la iglesia oscura [...] y allí me arrodillé muy devotamente delante de la lamparilla y estuve gran pieza rezando por el ánima del Rey Nuestro Señor y por la del Condestable y por fray Jordi de Monserrate [...] y por todos los otros y por mi señora Josefina que tan tiernamente se partió de mí la última vez que nos viéramos sin saber que era para siempre en esta vida mortal. Y cuando hube derramado muchas lágrimas [...] vino a mí un fraile y me preguntó qué cuita traía y le mostré el unicornio que el Rey nuestro señor quería y que lo traía para exvoto del monasterio. Y él tomó silenciosamente y estuvo larga pieza con él en las manos sin decir palabra y luego me llevó dónde estaba la sepultura del rey. [...]
Y con esto salí de la iglesia y estaba tan cansado [...] que me senté fuera [...]. Y viniéronme todos estos recuerdos y arrecié a llorar y así estuve de luengo hasta que se cerraron las puertas de la iglesia y empezaron a tiritar las estrellas en somo del cielo [...] y yo me partí de allí, solo y sin camino.
Juan Eslava Galán "En busca del unicornio"

viernes, 6 de mayo de 2016

No te olvides de los atenieneses

-"Pero no podría dejar que siguiera existiendo en el mundo una ciudad que me hubiera humillado. Si yo fuese Darío ¿Sabes lo que haría?
-No
-Le ordenaría a un esclavo que cada mañana, al despertar, lo primero que dijese fuese: Majestad, no te olvides de los atenienses"
Javier Negrete, "Salamina"