martes, 31 de julio de 2012

El mal uso que la ideología hace de la historia...

‎"Antes pensaba que la historia a diferencia de otras disciplinas como, por ejemplo, la física nuclear, al menos no hacían daño a nadie. Ahora sé que puede hacerlo y que existe la posibilidad de que nuestros estudios se conviertan en fábricas clandestinas de bombas como los talleres en los que el IRA ha aprendido a transformas los abonos químicos en explosivos. Esta situación nos afecta de dos maneras: en general, tenemos una responsabiliddad con respecto a los hechos históricos y, en particular, somos los encargados de criticar todo abuso que se haga de la historia desde una perspectiva político-ideológica. [...]
El mal uso que la ideología suele hacer de la historia se basa más en el anacronismo que en la mentira."

Eric J. Hobsbawm "Sobre la historia"

Napoleones de fin de semana

Napoleones de fin de semana

"Hay un brillo inquietante en sus ojos cuando acuden cada sábado a la cita. Llegan uno tras otro, casi furtivamente, con sus cajas y reglamentos bajo el brazo, como los miembros de una cofradía clandestina, dispuestos a poner patas arriba la Historia. Algunos son tipos tímidos, solitarios. En apariencia, incapaces de matar una mosca.

Pero fíate y no corras. Bajo su aspecto gris ocultan un corazón de tigre, y cada fin de semana deciden sobre la vida y la muerte de miles de seres humanos. Saben de heroísmo, y de coraje; y de encajar impávidos los azares del destino y de la guerra, tal vez más que muchos de esos militares de verdad que a veces se cruzan por la calle, con su uniforme y sus medallas que a ellos les hacen sonreír disimulada, esquinadamente, con mueca de viejos veteranos.

Los jugadores de los llamados wargames o juegos de guerra de salón nada tienen que ver con el militarismo, o las ideologías. Del mismo modo que unos juegan al tenis, otros al póker, y otros a la herencia de Tía Ágata, los aficionados al asunto, que es una especie de ajedrez pero a lo bestia, reproducen sobre tableros, con las fichas apropiadas, situaciones estratégicas o tácticas de la Historia; y basándose en complicados reglamentos, intentan darle las suyas y las de un bombero a Rommel, por ejemplo, en El Alamein; o compartir gloria con Napoleón en Austerlitz; o dar la vuelta a la tortilla haciéndole la puñeta a Aníbal en Tresino, Trebia, Trasimeno y Cannas. La forma usual es un terreno reproducido en detalle sobre grandes tableros, y allí, con piezas, soldaditos de plomo o fichas adecuadas, se desarrollan los acontecimientos históricos y sus variantes, en largas operaciones de un realismo asombroso que llegan a durar horas, e incluso días.

Como masones, los adictos al género intercambian informaciones, reglamentos, experiencias. Hay especialidades, por supuesto: artistas del combate táctico a nivel de pelotón, capaces de batirse casa por casa durante días en los alrededores de la fábrica de tractores de Stalingrado, y genios de la logística que llevan tercios a Flandes por el camino español de la Valtelina entre las diez de la mañana y las ocho de la tarde de un mismo día. A algunos les gusta reunirse en grupos, haciéndose cargo cada uno de un bando, o un cuerpo de ejército, o de una simple unidad de infantería; y otros prefieren habérselas de tú a tú con el tablero, o con la pantalla del ordenador, que facilita el juego a solateras. En cuanto a sexo, predomina el masculino; aunque no faltan excepciones, como la novia de mi amigo Miguel -el hombre que más cargas de caballería ha ordenado en la historia de la Humanidad- , que es una moza dulce y apacible hasta que el fin de semana, ante el tablero, se convierte en una despiadada y lúcida táctica, capaz de cañonearse peñol a peñol con el Victory, o putear al general Dupont en Despeñaperros hasta que el maldito gabacho pide cuartel y misericordia.

Son la leche. Cuando los ves descargar adrenalina en sus excitantes aventuras finisemanales, compruebas asombrado cómo se transforman ante el tablero para compensar otra vida a menudo monótona, tal vez insustancial. De pronto, inclinados sobre los hexágonos del mapa, considerando los factores de movimiento entre Washington y Gettysburg o la potencia de fuego de una división Panzer en los campos embarrados de Smolensko, les aflora toda la seguridad, toda la pasión, todas las cualidades buenas o malas reprimidas en el día a día: abnegación, buen juicio, crueldad, rapidez, egoísmo, iniciativa, sacrificio. Y comprendes que resulta imposible saber lo que cada ser humano, incluso el de apariencia más torpe, bondadosa, malvada o gris, atesora en su corazón o su cabeza.

Y además, comprendo el placer personal intenso, fascinante, de hacerle trampas a la Historia. De romperle los cuernos a Bismarck en Sedán, o destrozar los cuadros escoceses en Waterloo. O volver a la oficina el lunes por la mañana y dirigirle al imbécil de tu jefe una sonrisa enigmática que él nunca entenderá, ignorante del momento de gloria infinita que viviste a las tres de la madrugada de ayer, cuando, tras doce horas de combate, encendiste con mano temblorosa un cigarrillo para contemplar desde el alcázar del Santísima Trinidad, entre los mástiles derribados y los pasamanos hechos astillas, como ardía la escuadra inglesa frente al cabo Trafalgar.

Arturo Pérez Reverte, El Semanal, 1996

(Este artículo está incluido en el libro “Patente de corso”, de Ed. Alfaguara, 1998) 

Las mujeres, niño mio...

‎"Y mujeres ¡claro! ¡Ah, las mujeres, niño mío! tienes una a un lado y aunque estés dormido la sientes ahí, con su calor su pelo y su piel. ¡Que cosa es la mujer!, aunque luego te engañe o te harte, tenerla en la mano es lo más grande... Mi suerte la tendrás tu [...] Es el cariño niño mío; que no hay palabras, no, no hay palabras..."

José Luis Sampedro, "La sonrisa etrusca"

Rommel y una compañía de italianos

"El teniente Berndt observaba la marcha de infantería italiana. Al principio el avance se hizo en perfecto orden, pero de improviso los soldados dieron media vuelta y emprendieron veloz carrera hacia el oeste. Di instrucciones a Berndt para que tomase un blindado y fuese a ver qué ocurría. El rumor de la batalla había cesado. Media hora más tarde regresó Berndt informándome de que un soldado italiano le había dicho que el enemigo atacaba con tanques. Habiéndose trasladado unos centenares de metros más al este, vio un automóvil de reconocimiento inglés que se llevaba el sólo a toda una compañía entera de italianos con las manos en alto. Abrió fuego inmediatamente sobre el vehiculo, con el fin de que aquellos pudieran escapar. Así lo hicieron..., pero en dirección a las líneas inglesas. Finalmente, un blindado británico volvió a hacerse cargo de los mismos."

Erwin Rommel, "Memorias"

Escribir no es más que...

‎"Los escritores por lo común, corregimos las pruebas de nuestra primeras ediciones y a veces, ni eso. Las que siguen las dejamos al cuidado de los editores quienes, quizá por aquello de su conocida afición al noble y entretenido juego del pasabola, delegan en el impresor, el que se corrector de pruebas que, como anda de cabeza, llama en su auxilio a ese primo pobre que todos tenemos quien, como es más bien haragán manda a un vecino. El resultado es que, al final, el texto no lo reconoce ni su padre: en este caso, un servidor de ustedes. Los libros, con frecuencia, mejoran con esa gratuita y tácita colaboración, pero los autores rara vez nos avenimos a reconocerlo y solemos preferir, quizás habitamos por la soberbia, aquello que con mejor o peor fortuna habíamos escrito.

A veces pienso que escribir no es más que recopilar y ordenar y que los libros se están siempre escribiendo, a veces solos, incluso desde antes de empezar materialmente a escribirlos y aun después de ponerles su punto final. La cosecha de las sensaciones se tamiza en la criba de mil agujeros de la cabeza y cuando se siente madura y en sazón, se apunta en el papel y el libro nace. Lo que sucede es que el libro, después de nacer sigue creciendo -armónico o desordenado- y evolucionando: en la cabeza de su autor, en la imaginación o en el sentimiento de los lectores y, por descontado, en las páginas de sus ulteriores ediciones. Estos crecimientos no son de la misma substancia, bien es verdad, pero todos le hacen crecer. Un niño crece de diferente manera que un cáncer, pero el cáncer -y eso es lo malo- también crece."

Camilo José Cela, "La familia Pascual Duarte"

La chica del supermercado.

"Un chica se ducha por la mañana, el agua le cae por la cabeza y se queda mirando fijamente a los baldosines, cierra los ojos y suspira, se mantiene así un momento que prolonga abriendo los ojos, vuelve a suspirar, cierra el grifo, siente como si un violinista estuviera tocando ahora mismo la banda sonora de su vida, con un violín roto, amargado, y deteniéndose en las últimas notas de la escala, que producen un escalofrío cuando entran en el cerebro.

Desayuna con su familia, ella es la hija mayor de una familia numerosa de cinco hijos, los dos padres, una abuela muy anciana y un perro. Tiene hermanos en edad escolar, y el desayuno se convierte en algo parecido a un pandemonium pero en versión familiar, y una algarabía propia de una guerra de gritos chillidos y voces, mientras se madre se multiplica al intentar poner orden, boles con leche caliente, cereales, gritos, mermeladas, travesuras aparecen condensados en una mesa de cocina.

La chica es aún joven aunque su cara parece denotar otra cosa, las arrugas y expresiones de cara se encuentran más marcadas que de costumbre, poseyendo cierto aspecto de vieja aún siendo joven, se pone la chaqueta del supermercado donde trabaja, desayuna ritualmente, despacio, sin ganas, camina hacía el trabajo, con la misma mirada hueca y triste.
Sigue la expresión que no cambia, parece absorta como que en otro mundo, lejana, mecánica, inexpresiva. Cena,se ducha, desayuna, trabaja en la caja registradora , comiendo de un taperware en el trabajo, sigue inmutable, cambia los lugares pero su expresión sigue estando tan vacía como la primera mirada y la ecuación diaria se repite de forma mecánica, ducha, desayuno, trabajo, bar, un día y otro, otro, otro... .

Están cerrando en el supermercado donde trabajo, su encargado llama a la chica de la mirada, le pide que tire la basura al contenedor, la chica de la mirada vacía le devuelve un resignado asentimiento, arrastra el carrito con las bolsas de la basura por la calle, el ruido del metal contra los adoquines del suelo se convierte en un pequeño estruendo. Abre el contenedor y agarra las bolsas de basura, nota el pan roto y los productos que no se han podido vender y que algunos están caducados, y otros defectuosos. Justo en el momento de coger impulso para lanzar la basura gira la cabeza y descubre a tres gitanas que están esperando lo que ella deposite en el contenedor, los brazos se le mueven solos y lanza las bolsas en el contenedor. 

Se queda mirandolas, estupefacta, sin saber como reaccionar, aspira olvidándose de devolver la respiración, da unos pasos inseguros hacia el carrito, de espaldas acariciando el frío metal, mientras las gitanas se abalanzan, literalmente, sobre las bolsas de basura. Observa la escena, las gitanas ni se dan cuentan de que las mira, tocando una sinfonía de notas altas, casí estridentes de sucia pobreza, de maldita miseria y pizzicatos de desesperación. Arrastra el carrito por los 50 metros que le separan del supermercado sin dejar de mirar a las gitanas que se encuentran inmersas, literalmente, en el contenedor de basura. 

Entra con la inercia del camino, y pensativa, vuelve a su casa, a estar en la misma ducha de cada mañana, pero ahora su mirada denota duda, algo, lejano, hace que esos ojos vuelvan tener vida, a estar como inquietos. Algo parecido a una sonrisa aparece en su expresión cuando sus hermanos revolotean con su voces en la hora del desayuno. Da los buenos días a los clientes, a última hora recoge la basura, y envalentonada se dirige al contenedor, mientras las tres gitanas del día anterior se encuentran espectantes, ella se gira y las dirige un minúsculo hola. 

Se ducha, desayuna, trabaja, y a última hora tira la basura dirigiéndose a las gitanas, les musita unos temblorosos saludos. 

Se ducha, desayuna, en el trabajo al ir a comer, se reclina sobre una estantería que contiene paquetes de arroz, mirando hacía sus lados, lo coge y lo rompe levemente, para sostenerlo y tirarlo en una bolsa de basura y cerrarla. Tira la basura quedandose mirando desde la lejanía a las gitanas que recogen todo lo aprovechable. Su corazón late como una maquina de vapor desbocada, y le tiemblan las manos de puro nerviosismo que hacen que casi esparza todo el paquete por el suelo, pero con un gesto heroico consigue introducirlo en la bolsa de basura, rezando para sus adentros que el encargado no se encuentre a su espalda

Aparece en el bar hablando con una amiga, sonriendo, invadiendo el espacio vital de esta en unos tiernos abrazos de amistad sincera. Esta alegre. 

Se ducha, desayuna, trabaja, en las bolsas de basura tienen varias barras de pan, del día y varios paquetes de pasta y salchichas. Al día siguiente es una de las gitanas la que mira a la chica, sonríe. 
Cada día las bolsas de basura van más llenas, brick de leche, compresas, jabón, embutidos, y los saludos silenciosos se repiten entre la gitana y la chica que les deja a los pies del contenedor, las bolsas de basura, la mirada de agradecimiento de una y la mirada de ilusión por volver a recobrar la fe en la humanidad de la otra parte.

La chica convierte en un ritual, tirar a la basura productos golpeados, pasados de fecha sólo de boquilla, paquetes que pasan a estar en un mal estado solo con un movimiento hacía la bolsa de basura.
Los días se convierten en semanas y estos en meses mientras el mismo ritual se repite pasando a convertirse en una mirada de complicidad. 

Un día, inesperadamente, la gitana rompe el ritual, se para delante de ella, antes incluso de que deposite la basura, y se aparta el pelo del cuello y coge un pequeño colgante, minúsculo, de una cruz de oro la deposita en su mano y le coge la mano a la chica y se la abre, depositando allí la cadena de oro, esa pequeña cruz de oro en sus manos.

Tiempo después la chica con la mirada llena de vitalidad, y de energía una noche sin importancia se dirige a su casa, terminada la jornada, saliendo de un bar de hablar con su mejor amiga, está muy oscuro gracias a un defectusos sistema de alumbrado municipal que parece no llegar nunca a esa parte de la ciudad, de improvisto una sombra se interpone en su camino y antes de tenga tiempo para reaccionar es increpada con un sórdido, eh tú! Dame ahora mismo todo lo que tengas, ¡¡VAMOS!!, logra ver a duras penas el brillo métalico de un objeto punzante que la apunta a muy corta distancia, en apenas un instante el miedo y pavor se ha adueñado de ella, aunque en un gesto titánico sus manos consiguen llegar a su cartera y ofrecerle los billetes que hay dentro, que de un brusco manotazo son arrancados, en ese gesto, aparece un pequeño, minúsculo brillo en el cuello de la chica !!DAME LA CADENA DEL CUELLO!! En un acto reflejo, la chica se lleva las manos al cuello, no, no, noooo, por favor, la cadena nooo..., Me lo des te dicho, contesta su asaltante y su rostro reflejaba los rastros de la heroína, tal vez del Sida, de la desesperación y la marginalidad. Agarra con manos el cuello de la chica, está se resiste, forcejean, arranca la pequeña medalla de un brusco tirón empujando a la chica, y lanza un tajo en alto, más para mantener alejada a su agredida que por otra razón, pero ella se abalanzado sobre él, sobre aquel brazo que llevaba su medalla, buscando esa medallita que la gitana le había regalado
En un instante todo se para, la sangre fluye espesa, negra a causa de la falta de luminosidad, el asaltante dandose cuenta de lo que ha hecho, arranca del cuerpo de la chica el arma, y comienza a correr. 

Desesperado llega a la chabola en donde vive con su familia, con su madre, si ella, sabrá que hacer, piensa. Cuando cruza la puerta la pálida luz da un toque siniestro a las manchas de sangre de su sucia ropa, ¿Hijo? ¿Qué es lo que has echo? Su hijo está lleno de sangre, exclama su madre agarrandose a un silla, con una expresión de horror, su hijo, antes asaltante abre la mano encima de la mesa y aparece una medallita de oro, pequeña, casí minuscula, rídicula, en parte manchanda por la sangre, su madre se queda mirando con una negación y un dolor que la recorre lo más profundo, ve la medallita, con lágrimas en los ojos se queda observando su medallita, aquella medallita que una vez regaló a una joven de mirada perdida."

Bárbara Galeno, "Cuatro historias de un bar"

Acordaron no pagar.

‎"En Madrid suprimieron los bienes de señorío, de origen medieval, y los incorporaron a los municipios. 
Aunque el duque alegaba que sus monte no entraban en aquella clasificación, las cinco aldeas acordaron, por iniciativa de Paco, no pagar mientras los tribunales decidían. Cuando Paco fue a decirselo a don Valeriano, éste se quedó un rato mirando al techo y jugando con el guardapelo de la difunta. [...]

Paco envión a don Valeriano el acuerdo del municipio, y el administrador lo transmitió a su amo. La respuesta telegráfica del duque fue la siguiente:
Doy orden a mis guardas de que vigilen mis montes, y disparen sobre cualquier animal o persona que entre en ellos. El municipio debe hacerlo pregonar para evitar la pérdida de bienes o de vidas humanas"

Ramón J. Sender, "Réquiem por un campesino español"

¿Hasta cuándo abusaras de nuestra paciencia, Catilina?

‎" ¿Hasta cuándo abusaras de nuestra paciencia, Catilina? ¿Cuándo nos veremos libres de tus sediciosos intentos? ¿A qué extremos sé arrojará tu desenfrenada audacia? ¿No te arredran ni la nocturna guardia del Palatino, ni la vigilancia en la ciudad, ni la alarma del pueblo, ni el acuerdo de todos los hombres honrados, ni este protegidísimo lugar donde el Senado se reúne , ni las miradas y semblantes de todos los senadores? ¿No comprendes que tus designios están descubiertos? ¿No ves tu conjuración fracasada por conocerla ya todos? ¿Imaginas que alguno de nosotros ignora lo que has hecho anoche y antes de anoche; dónde estuviste; a
quiénes convocaste y qué resolviste? ¡Oh qué tiempos! ¡Qué costumbres! ¡El Senado sabe esto, lo ve el cónsul, y, sin embargo, Catilina vive! ¿Qué digo vive? Hasta viene al Senado y toma parte en sus acuerdos, mientras con la mirada anota los que de nosotros designa a la muerte."

Marco Tulio Cicerón, I Catilinaria.

Cada vez nos parecíamos más a nuestro enemigo.

‎"La sección llegó a la colina 92 a media tarde. Los hombres estaban exhaustos, con las hombros doloridos por el peso de los fusiles, las mochilas y las chaquetas antifuego aéreo. Hacía veinticuatro horas que soportaban algún tipo de fuego y estaban aturdidos por la fatiga. Improvisaron refugios bajo la repiqueteante lluvia y se tendieron a descansar. Algunos ni se molestaron en construir refugios. [...]
Comimos. Nuestras raciones eran similares a las de los vietcongs: arroz hervido en forma de albóndiga, rellena de uvas pasas. Era más fácil de transportar las albóndigas de arroz que las pesadas latas de raciones de campaña, además de que aliviaban la diarrea que todos padecíamos. Mientras comía arroz en aquella desolada colina, se me ocurrió algo que cada vez nos apreciamos más a nuestro enemigo. Comíamos lo mismo que ellos. Ya sabíamos movernos por la jungla tan furtivamente como ellos. Soportábamos desgracias comunes. En realidad, teníamos más en común con los vietcongs que con el ejercito de escribientes y oficiales del estado mayor de la retaguardia."

Philip Caputo, Un Rumor de Guerra

Mi hijo ayer...

"Mi hijo ha muerto ayer y ahora no me queda en todo el mundo nadie más que tú; tú, que no sabes nada de mí; tú, que entretanto te distraes con tus asuntos o con otros hombres. Sólo te tengo a ti, que nunca me conociste, a quien siempre he querido. [...]

Sólo a ti quiero hablarte, decírtelo todo por primera vez; debes conocer toda mi vida, que ha sido siempre tuya y de la que nada has sabido jamás. Pero este secreto mío, deberás conocerlo sólo después de mi muerte, cuando ya no necesites contestarme, cuando esto que sacude mis miembros, este escalofrío, signifique realmente el fin. Si he de continuar viviendo haré pedazos esta carta y continuaré callando, como he callado siempre. Cuando la tengas en tus manos será una muerta la que te cuente su vida, su vida, que fue tuya desde su primera hasta su última hora. No debes temer mis palabras; una muerta no quiere ya nada: ni amor, ni compasión, ni consuelo. Sólo deseo algo de ti, y es que creas todo lo que mi dolor, que en ti se refugia, te dice. Créeme todo; sólo ése es mi ruego; no se miente a la hora de la muerte de un hijo único."

Stefan Zweig, Carta de una Desconocida

Otro día, papa

Otro día, papa.

Cogio a la pequeña, la dio de desayunar, la vistió y la peino, lo mejor que pudo. El resultado era satisfactorio, pero era fácil lograrlo. Poco importaba que la coleta estuviera girada, que los leotardos mostraran pliegues,o que el vestido estuviera ligeramente escorado a la izquirda. Todas las niñas a los cuatro años son preciosas, y su hija no iba a serlo menos.
Le tocaba llevarla al colegio, no era lo habitual pero alguna vez ocurría. Su mujer era la única que trabajaba y él no podía negarse a hacer algo util de vez en cuando. Se palpo los bolsillos, satisfecho comprobo que estaban las llaves, el tabaco, el mechero, la tarjeta de transporte urbano...
-Venga, apaga la tele que nos vamos
-Voy papa
El trayecto hasta la parada de autobus fue como todos la veces anteriores. Nada más salir de la casa la pequeña protesto indicando lo cansada que estaba y exigió ir en brazos.
-Pero si acabas de levantarte
-Es que estoy muy cansada
Así que por no retrasarse optó por lo más fácil, cogerla y advertirla
-Pero solo hasta el proximo semaforo
La niña satisfecha de no tener que dar un solo paso le dio un beso de esos que tanto le emocionaban
-Te quiero a tú, papa.
-Que granuja- Penso el hombre. -Que manera más eficaz de salirse con la suya. 

Una vez en el autobus tuvieron suerte y pudieron elegir asiento, y como siempre que ocurría esto, eligieron, el más incomodo de todos, el más estrecho,en la última fila, donde los botes del autobus hacían sufrir tanto a las rodillas. Pero era el que ella quería.
Despues de hablar un poco de la madre, de los abuelos, de las inevitables princesas, ella se dedico a canturrear las canciones que había aprendido en el colegio. No tenía buena voz pero el tono infantil que su vocecita imprimía servían al hombre para emocionarse. Una emoción que le ayudaba en su pasatiempo favorito durante el trayecto en autobus. Sociología del desencanto lo llamaba él. Buscaba rostros que reflejaran lo que él creía se veía en el suyo propio. Se figuraba, o al menos eso creía el que en esos rostros era capaz de distinguir al que tenía trabajo del que no. A los que no tenían manera de llegar a fin de mes de los que a duras penas llegaban. Vivía en un barrio obrero así el punto de partida que se fijaba era muy bajo.
En esas estaba cuando su hija le tiro del brazo.
-El jueves es el cumpleaños de Carla
-Ah muy bien, ya llega a los cinco años, toda una mujercita.
-Y quiero ir a la fiesta
-maldición -exclamo para sus adentros- eso supone dinero y no tenemos
-Pues hay que buscarle un regalo, ¿hay algun libro en casa que le quieras regalar?.preguntó el padre
-No, no quiero regalar un libro viejo, viejo y viejo- protestó la niña.
-Pero no tenemos dinero, le podemos regalar un libro de los más nuevos que tenemos y otro día le regalamos un libro nuevo ¿vale?
-¿Otro día? -`pregunto no muy convencida la niña
-Otro día, sí
-Otro día, vale papa.

Como estas conversaciones ocurrían cada vez más a menudo el hombre volvió a sentir esa angustia que le recorría le cuerpo de tanto. Como cuando comproba lo rapido que crecía la niña y lo pequeño que le quedaban los vestidos. A pesar de su pretendido gusto por la austeridad él hombre celebraba la alegria con que la pequeña estrenaba vestidos o zapatos. Pero a pesar de que los vestidos se compraban para durar al menos dos años lo que hacía que al principio lucieran demasiado grandes y luego demasiado viejos, sabía que tal y como estaban las cosas ni estos llegarían.
Se sentía como el presidente del país, postergando la felicidad a sus ingenuos ciudadanos, recortando, recortando y prometiendo que la ansiada felicidad llegará otro día, no se sabe muy bien como ni cuando, pero prometiendo que llegara “otro día”.

Lev Mishkin

"Derecho de pernada"

"En los campos existía una versión crio­lla del «derecho de pernada», que en tiempos feudales permitía al señor violar a las novias antes de su primera noche de casadas. Entre nosotros la cosa no era tan organizada: el patrón se acos­taba con quien y cuando le daba la gana. Así sembraron sus tie­rras de bastardos; existen regiones donde prácticamente todo el mundo lleva el mismo apellido. (Uno de mis antepasados reza­ba de rodillas después de cada violación: «Señor, no fornico por gusto o por vicio, sino por dar hijos a tu servicio...».) Hoy las «nanas» se han emancipado tanto, que las patronas prefieren contratar inmigrantes ilegales del Perú, a quienes todavía pueden maltratar como antes hacían con las chilenas. [...]

Debo aclarar que las chilenas, tan poco agresivas para pelear por el poder político, son verdaderas guerreras en lo que se refiere al amor. Enamoradas son muy peligrosas. Y, hay que decirlo, se enamoran muchísimo. Según las estadísticas, el cincuenta y ocho por ciento de las casadas son infieles. Se me ocurre que a menudo las parejas se cruzan: mientras el hombre seduce a la esposa de su mejor amigo,[...] cuando Chile dependía del virreinato de Lima, llegó un cura dominico del Perú, envia­do por la Inquisición, para acusar a unas señoras de la sociedad de practicar sexo oral con sus maridos (¿cómo lo averiguó?). El juicio no llegó a ninguna parte, porque las damas en cuestión no se dejaron apabullar. Esa noche mandaron a los maridos, quienes mal que mal también habían participado en el pecado, aunque a ellos nadie los juzgaba, a disuadir al inquisidor. Éstos lo sorpren­dieron en un callejón oscuro y sin más trámite lo caparon, como a un novillo. El pobre dominico volvió a Lima sin testículos y el asunto no volvió a mencionarse."

Isabel Allende, "Mi País inventado"

Y ahora, mezclemos el vino con las rosas de tus versos.

"DON LATINO: Querido Max, vuelvo a decirte que no te pongas estupendo. Siéntate e invítanos a cenar. Rubén, hoy este gran poeta, nuestro amigo, se llama Estrella Resplandeciente!

RUBÉN: ¡Admirable! ¡Max, es preciso huir de la bohemia!

DON LATINO: ¡Está opulento! ¡Guarda dos pápiros de piel de contribuyente!

MAX: ¡Esta tarde tuve que empeñar la capa, y esta noche te convido a cenar! ¡A cenar con el rubio Champaña, Rubén!

RUBÉN: ¡Admirable! Como Martín de Tours, partes conmigo la capa, trasmudada en cena. ¡Admirable!

DON LATINO: ¡Mozo, la carta! Me parece un poco exagerado pedir vinos franceses. ¡Hay que pensar en el mañana, caballeros!

MAX: ¡No pensemos!

DON LATINO: Compartiría tu opinión, si con el café, la copa y el puro nos tomásemos un veneno.

MAX: ¡Miserable burgués!

DON LATINO: Querido Max, hagamos un trato. Yo me bebo modestamente una chica de cerveza, y tú me apoquinas en pasta con lo que me había de costar la bebecua. [...]

MAX: Rubén, acuérdate de esta cena. Y ahora, mezclemos el vino con las rosas de tus versos. Te escuchamos.

Ramón Valle-Inclán, "Luces de Bohemia"

Cuerpo celestes

‎"Besaba bien, y nuestras lenguas se entrelazaban, húmedas, como dos anguilas en el lecho de un río. Se me aceleró la respiración y sentí un 
calor desconocido en los pezones y en la ingle. Sus manos me 
examinaban el cuerpo con la codicia y la impaciencia de un buscador de 
tesoros, y al llegar a mi espalda, hizo que sus dedos tamborilearan de 
arriba abajo por la columna, dejando a su paso huellas de escalofríos. 
Adelantó su pierna y la plegó entre las mías. Sentí un bulto duro contra 
mi pubis. Escuchaba nuestras respiraciones entrecortadas 
superponiéndose la una a la otra como una sinfonía de jadeos 
amplificados a su máximo volumen, estrellándose contra el silencio de la 
tarde. En inglés puedo describirlo mejor que en español. I fancied him. Él 
me gustaba, me apetecía. Me apetecía con la misma urgencia imperiosa 
con la que a mis trece años me sentía atraída, cuando me puse por 
primera vez a régimen, por las palmeras de chocolate que exhibían los 
escaparates de las pastelerías. Quería devorarle a bocados y saborearle 
entero. Me apetecía tanto, así, de pronto, que fui incapaz de pararme a 
pensar en las razones ocultas tras semejante capricho absurdo, porque yo 
no debía desearle, porque yo ya estaba comprometida. 
Comparado con la dulzura envolvente y felina de Cat, Ralph 
resultaba una catástrofe natural, como un tornado imparable que a su 
paso arrasaba casas y devastaba maizales, como un torrente desbordado, 
como una tormenta de granizo. ¿De qué hubiera servido oponer resistencia? Me sujetó las manos tras la espalda con una de las suyas y 
me arrastró contra las estanterías. Comenzó a recorrer a lametazos el 
camino que descendía desde mi oreja izquierda al pecho, demorándose 
tranquilo por mi cuello mientras me desabrochaba el pantalón con la 
mano que le quedaba libre. Cuando éste cayó al suelo me bajó las bragas 
de un tirón y me separó las piernas. Se ensalivó el dedo índice y 
comenzó a masajearme el clítoris arriba y abajo. Sentí cómo se hinchaba. 
La percepción de su deseo activó el mío, como la proximidad de un 
fósforo encendido prende a otro. Mi cuerpo respondía, era evidente, así 
que debía de ser que yo también le deseaba. Una parte de mí le había 
deseado durante mucho tiempo, una corriente subterránea de deseo que 
yo misma había negado albergar. Sexo es sexo, pensé. No va a haber 
mucha diferencia, no tengas miedo. Millones de personas hacen esto a 
diario. No va a hacerte daño. Déjate llevar. Go with the flow.
—¿No deberíamos ir a la cama? —articulé en un susurro heroico. 
Caímos en la cama entrelazados y nos despojamos mutuamente de 
la ropa a tirones impacientes. Desnudo, su cuerpo compacto resultaba 
imponente hasta la intimidación. Todo en él era grandioso, casi 
monumental en su anatomía: el torso, los muslos, los antebrazos, el cuello, y su miembro, por supuesto. Cincelados en piedra, trabajados. Se 
colocó sobre mí apoyándose sobre los brazos, como si hiciera flexiones 
en una clase de gimnasia. Entró sin hacer daño, entró sin hacer ruido. Me 
sorprendió lo fácil que estaba resultando. No hay que temer aquello de 
lo que nada se sabe. Ni al sexo, ni al amor ni a la muerte. Me adapté a su 
ritmo. Era simple. Realmente, no se diferenciaba mucho de una clase de 
gimnasia. Él hacía flexiones y yo puentes. Arriba, abajo, arriba, abajo.
A la mañana siguiente me levanté con su perfume en mi piel. Me 
pasé el día obsesionada, olisqueándome la piel con curiosidad canina, 
intentado mantenerlo vivo, captarlo para siempre en el olfato, enterrarlo 
en la pituitaria, porque sabía que al cabo de un rato su olor abandonaría 
mi piel y después sería imposible recordarlo de manera exacta. Sabría 
que olía a cedro y a naranjo, y eso sería todo, ya no sentiría aquel 
cosquilleo familiar en la nariz"

Lucía Etxeberría, "Beatriz y los cuerpo celestes"

Entrada para un 23 de abril

[XCVIII] A ORILLAS DEL DUERO
La madre en otro tiempo fecunda en capitanes
madrastra es hoy apenas de humilde ganapanes.
Castilla no es aquella tan generosa un día, 
cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía,
ufano de su nueva fortuna y su opulencia,
a regalar a Alfonso los huertos de Valencia; [...]

Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora.

[XCVII] RETRATO
Mi infancia son recuerdos de un Patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.[...]

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Antonio Machado, "Campos de Castilla"

Stoker

"3 de agosto. A medianoche fui a relevar al hombre en el timón y cuando llegué no encontré a nadie ahí. El viento era firme, y como navegamos hacia donde nos lleve, no había ningún movimiento. No me atreví a dejar solo el timón, por lo que le grité al oficial. Después de unos segundos subió corriendo a cubierta en sus franelas. Traía los ojos desorbitados y el rostro macilento, por lo que temo mucho que haya perdido la razón. Se acercó a mí y me susurró con voz ronca, colocando su boca cerca de mi oído, como si temiese que el mismo aire escuchara: “Está aquí; ahora lo sé. Al hacer guardia anoche lo vi, un hombre alto y delgado y sepulcralmente pálido. Estaba cerca de la proa, mirando hacia afuera. Me acerqué a él a rastras y le hundí mi cuchillo; pero éste lo atravesó, vacío como el aire. 

[...] 4 de agosto. Todavía niebla, que el sol no puede atravesar. Sé que el sol ha ascendido porque soy marinero, pero no sé por qué otros motivos. No me atrevo a ir abajo; no me atrevo a abandonar el timón; así es que pasé aquí toda la noche, y en la velada oscuridad de la noche lo vi, ¡a él! Dios me perdone, pero el oficial tuvo razón al saltar por la borda. Era mejor morir como un hombre; la muerte de un marinero en las azules aguas del mar no puede ser objetada por nadie. Pero yo soy el capitán, y no puedo abandonar mi barco. Pero yo frustraré a este enemigo o monstruo, pues cuando las fuerzas comiencen a fallarme ataré mis manos al timón, y junto con ellas ataré eso a lo cual esto -¡él!- no se atreve a tocar; y entonces, venga buen viento o mal viento, salvaré mi alma y mi honor de capitán. Me estoy debilitando, y la noche se acerca. Si puede verme otra vez a la cara pudiera ser que no tuviese tiempo de actuar... Si naufragamos, tal vez se encuentre esta botella, y aquellos que me encuentren comprenderán; si no... Bien, entonces todos los hombre sabrán que he sido fiel a mi juramento. Dios y la Virgen Santísima y los santos ayuden a una pobre alma ignorante que trata de cumplir con su deber..."

Bram Stoker, "Drácula

Condición sine qua non

Condición sine qua non

"No quiero grilletes en la cama,
ni cuerdas en tus muñecas.
No necesito títulos de propiedad,
ni contratos de amor dentro de lo "legal"

Lo único realmente imprescindible
es que te muestres ante mi desnuda;
pero no ala vista de mis superficiales ojos.
Lo que quiero es devorarte el alma
y beber hasta el fondo de tu deseo.


Y, entonces, clavarte para siempre en mi piel."


Peter Pan, leido en la revista Dolores de poesía, blog del autor:http://salitredelibertad.blogspot.com.es/

¡¡¡Yungo!!

‎-"¡Corre, corre a alcanzarlo!-gritó el saltamontes-. ¡No lo dejees perder, Yungo, cógelo fuerte y no lo sueltes!.
Yungo lo alcanzó al borde del agua. Pero el papel brillaba como una estrella, y al cogerlo entre sus manos se remontó como un extraño y maravilloso pájaro. Yungo notó que sus pies se elevaban del suelo y se sintió transportado por el aire como un barco que surcara el cielo, o una dorada y maravillosa cometa que rompiera su hilo con la tierra.

El saltamontes le vio alejarse, cielo arriba. Gritando con todas sus fuerzas, le dijo adiós. Pues sabía que siempre, siempre, Yungo le podría oír.

Pero no estaba triste, pues comprendió que Yungo se marchaba por fin al Hermoso País, donde estaban su madre y su padre: y allí no era necesaria voz alguna, ya que estaban dichas todas las palabras."

Ana María Matute, "Todos mis cuentos"

Perdices y victimas.

‎"Su padre le relataba que un vez, muchos años atrás, se le escapó una pareja de perdices a Andrés, el zapatero, y criaron en el monte. Meses después los cazadores del valle acordaron darles una batida.
Se reunieron treinta y dos escopetas y quince perros. No se olvidó un solo detalle. Partieron del pueblo de madrugada y hasta el amanecer no dieron con las perdices. Mas sólo restaba la hembra con tres pollos escuálidos y hambrientos. Se dejaron matar sin oponer resistencia. A la postre, disputaron los treinta y dos cazadores por la posesión de las cuatro piezas cobradas y terminaron a tiros entre los riscos.
Casi hubo aquel día más víctimas entre los hombres que entre las perdices." 

Miguel Delibes, El Camino

Me gusta

Me gusta tu mirada, los besos de estación, me gusta encontrarte enhebrada entre las palabras de Córtazar, me gustas cuando me miras, por que estás como mágica, me gusta el sabor de tabaco en tu boca, me gusta buscar ese sabor en las profundidades, me gusta que conviertas en hechizos cada uno de tus rituales, cada uno de tus pequeños gestos. Me gustas por que te tengo, por que me tienes, por que sé que mañana no estaré aquí pero tendrás un cofre escondido en tu mente, que guarda el recuerdo de cuando jugabas con mi pelo, me gustas tus manos cuando me despeinan, me gusta despeinarte por la mañana, en ese momento en que cinco minutos más se convierten en un pasaporte al paraíso. Me gusta comer por tus ojos, pequeños mordiscos de gula sutil, que recorre mi espalda como un temblor que es capaz de empequeñecer un retrato manierista. Me gusta ese acento alemán, me gusta conquistar el mundo, mi pequeño mundo construido y derribado cada día en una titánica tarea, esperando a que el buitre me devore otra vez el hígado, como cada día, me gusta ese buitre, esa sensación de futilidad, de esperanza mezclada con el fondo de un vaso en una esquina de un bar. Me gusta los susurros con los que cada noche me llenas el día, me gusta cambiar el día, cambiar el mundo, todos y cada uno de los ochenta mundos en los que he divido el día, como si de un octosílabo se tratase. Me gusta solo me mires a mí, aún sabiendolo que no lo haces, me gusta que no me mientas, aún sabiendo que lo haces, me gustan las noches sin esperanza, los día de luna llena, y las tardes con amigos, la mañana de tu cama, y el anochecer de tus versos, me gusta que tu ausencia sea así, un recuerdo escondido bajo siete llaves.

Pido a la parca un poco más de tiempo, y pienso en ti, gracias a los dioses, a los nuevos y a los viejo, que no crees en el cielo, por que las putas entran primero, entran sin miran a los ojos, si, es verdad, yo tampoco puedo lanzar ninguna piedra, me duelen los brazos de tanto daño, me duelen tus dedos cuando jugaban en mi pelo, me duele cuando te despeinaba por la mañana, me gusta hacerte ruborizar con una mirada, aún cuando no te estoy viendo, me duele el que me gustes, me gusta que me duelas, como un violinista judío tocando en honor del Holocausto, justo después de limpiarse la sangre de un palestino, aunque no logro descubrir si tu eres las notas desagarradas o la sangre con la que se limpia.

La parca es egoísta, me gusta ser egoísta jugar contigo, obligarte a desnudarte, aunque tu no quieras, me gusta que nunca me reconozcas lo que sientes, el responderte y dejarte sin palabras, sólo una mirada de duda, lo siento nunca pude con tus amantes, quizá hubiesemos sido amigos, me gusta ese quizá, el acento alemán que daban a cada una de tus afirmaciones de amor, un pueblo, un lider, un amor, lástima que entramos en Rusia, fue jodidamente fría, fue nuestro Stalingrado, no esperamos ni a Hirosima.

Jon Latimer, "Memorias"

No nos veremos más, Señor.

‎"Alzó la vista hacia Hervé Joncour. Sus ojos la miraban fijamente y ella percibió que eran unos ojos bellísimos. Volvió a bajar la vista hacia la hoja.
-"No nos veremos más, Señor."
Dijo.
-"Lo que era para nosotros, lo hemos hecho, y vos lo sabéis. Creedme: lo hemos hecho para siempre. Preservad vuestra vida resguardada de mí. Y no dudéis un instante, si fuese útil para vuestra felicidad, en olvidar a esta mujer que ahora os dice, sin añoranza, adiós".

Permaneció unos instantes mirando la hoja, después la colocó sobre las demás, a su lado. sobre una mesita de madera clara. [...]

Mademe Blance se levantó, se inclinó sobre la lámpara y la apagó. En la habitación quedó la escasa luz que desde el salón, a través de la ventana, llegaba hasta allí. Se acercó a Hervé Joncour, se quitó del dedo un anillo de diminutas flores azules y lo dejó junto a él. Después cruzó la habitación, abrió una pequeña puerta pintada, camuflada en la pared, y desapareció, dejándola entreabierta tras de sí."

Alessandro Baricco, "Seda"




Saber y no saber: doblepensar

"Su mente se deslizó por el laberíntico mundo del doblepensar. Saber y no saber, hallarse consciente de lo que es realmente la verdad mientras se dicen mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener simultáneamente dos opiniones sabiendo que son contradictorias y creer simultáneamente en ambas; emplear la lógica contra la lógica, repudiar la moralidad mientras se recurre a ella, creer que democracia es imposible y que el Partido es el guardián de la democracia; olvidar cuanto fuera necesario olvidar y, no obstante, recurrir a ello, volverlo a traer a la memoria cuanto se necesitara y luego olvidarlo de nuevo; y, sobretodo, aplicar el mismo procedimiento al procedimiento mismo. Ésta era la mas refinada sutileza del sistema: inducir conscientemente a la inconsciencia, y luego hacerse inconsciente para no reconocer que se había realizado un acto de sugestión. Incluso comprender la palabra "doblepensar" implicaba el uso del "doblepensar"

George Orwell, "1984"

¿Dónde constaba ese conocimiento?

"Lo horrible, pensó por diezmilésima vez [...] lo horrible era que todo aquello podía ser verdad. Si el Partido podía alargar la mano hacia el pasado y decir que este o aquel acontecimiento nunca había ocurrido, esto resultaba mucho más terrible que la muerte.

El Partido dijo que Oceanía nunca había sido aliada de de Eurasia. Él Wiston Smtih, sabía que Oceanía había estado aliada con Eurasia cuatro años antes. Pero ¿Dónde constaba ese conocimiento? Sólo en su propia consciencia, la cual, en todo caso iba a ser aniquilada muy pronto. Y si todos los demás aceptaban la mentira que impuso el Partido, si todos los testimonios decían lo mismo, entonces la mentira pasaba a la Historia y se convertía en verdad. "El que controla el pasado -decía el eslogan del Partido- controla también el futuro. El que controla el presente controla el pasado". Y, sin embargo, el pasado, alterable por su misma naturaleza, nunca había sido alterado. Todo lo que ahora era verdad había sido verdad eternamente y lo seguiría siendo. Era muy sencillo. Lo único que se necesitaba era una interminable serie de victorias que cada persona debía lograr sobre su propia memoria. A esto se le llama "control de la realidad". 

George Orwell, "1984"



Por ese niño que todos llevamos dentro

‎"No he ganado nada con la ampliación de mi mundo: al contrario, he perdido. Quiero volverme cada vez más infantil, y superar la infancia en la dirección contraria. Quiero desarrollarme en el sentido contrario exactamente normal, pasar a un dominio superinfantil, del ser que será absolutamente demente y caótico, pero no al modo del mundo que me rodea.

Me he adaptado a un mundo que nunca fue mío. Quiero abrirme paso a través de este mundo más amplio y encontrarme de nuevo en la frontera de un mundo desconocido que arroje a las sombras este mundo descolorido, unilateral".

Henry Miller "Trópico de Crapicornio".

Soldado Viejo

SOLDADO VIEJO.
"Bueno, yo bajaba a tomar café cada mañana de once a once y cuarto. Cinco días por semana, cuatro semanas por mes, once meses al año. Acabas conociendo a los habituales. Como a aquel viejo –sombrero flexible, traje completo algo raído y bastón con puño de plata - que se sentaba siempre en la mesa de la esquina, esa de ahí que nadie quiere por que molestas al de la tragaperras. Sin decir nada le servían un vaso de vino fino y pan con aceite y sal. Y cuando yo me iba aún seguía ahí, con la mandíbula royendo el mango del bastón, mirando un punto del infinito que los demás no acabábamos de entender.

Total, que aquella mañana estaba todo lleno. Los taburetes de la barra ocupados y las mesas hasta los topes. Y Nasser, el camarero, que ya me andaba pasando por encima de dos clientes el café con leche natural. Yo, a base de codazos y perdones, buscando un rinconcito para poner la taza.

No había otra solución. Musitando un “disculpe”, me senté en frente del viejo del bastón. Este no pareció darse cuenta de mi presencia y yo, discretamente, observaba con atención la mugre de la mesa.

“Yo no me muevo” Dijo el viejo, sin mover los ojos de aquel punto. Por mas respeto que merezcan los ancianos, estuve a punto de saltar. Que pasa, a ver si la mesa era suya. Pero siguió hablando.

“Era el día de navidad del 38, y ahí estábamos, en el frente de Teruel, comprando tiempo con sangre. Esperando a ver si se liaba una gorda en Europa. Es que, sabe usted, se puede luchar sin balas. Pero es mas duro luchar sin motivo, sin esperanza.

“El Cañailla seguía rasgando la guitarra, y para eso hacía falta valor, quedarse en mitones en medio de la nieve. Pero era lo único que nos impedía echar a correr. Mañana al alba, según Radio Macuto, toda una división facciosa iba a subir al asalto de Pozondón. Apoyo aéreo, lejías y regulares. Artillería de campaña y carros. El equipo de los domingos. Contra un regimiento, cien balas por fusil y dos cientocinco con diez cargas: Ojú”


“Y aquel tipo, sabe usted, tomó entonces la palabra. No era muy alto ni muy bajo, ni muy gordo ni muy flaco. Nada destacaba en él, salvo que nunca le había visto una sonrisa, y siempre llevaba una gastada y raída bufanda de punto, que un día de borrachera me contó que una tal Birutia había tejido a mano para él. Todos le llamaban Soldado. “Soldado que”, le preguntó un tenientillo una vez. “Soldado Viejo”, respondió, mirándole a los ojos.” El anciano iba asintiendo con la cabeza, con las manos sobre el rayado bastón, y repetía aquellas dos palabras como si no fueran solo un nombre: “Soldado Viejo”.

Los ojos del hombre del bastón parecían seguir queriendo taladrar aquel punto, que para mí, se lo juro, no era más que la puerta de la nevera. “Yo me quedo. Solo dijo tres palabras. Y todos nos pusimos así, tiesos como un palo. No nos juzgue mal, señor. Muchos éramos soldados a los dieciséis, y cuando le cuento ya con dos años de derrota sobre nuestras espaldas. Y eso no es justo. Puede usted pegarle a un viejo, ¿sabe?, que tenemos los callos muy duros.” Pensé que le había dado un yamacuco de tos, pero aquello resultó ser una risa cascada. “Pero no le pegue a un niño. No si quiere tener viejos, señor. No señor”.


“Dos años de guerra y ni una victoria. Y de repente, a aquel tipo no le salía, señor, cumplir como cada día las órdenes del enemigo. Y todos levantamos la vista, y hasta la mano del Cañailla no encontró la cuerda. Me es difícil de explicarle. Es como si usted se diera cuenta que ha venido cargando, toda la vida, un peso inútil. Y le enseñaran, a los dieciocho, que muchas cosas no son imprescindibles. Aquel instante todos nos sentimos como si fuéramos dueños de nosotros mismos, que cualquier cosa que hiciéramos iba a estar bién. Debe haber, debería haber una palabra para definir esto. No se si me entiende usted, señor. Éramos libres.”

“Y disculpe mis palabras, señor, si le suenan un poco raras. Sabe usted, aquellos no fueron tan malos tiempos. En el fondo, aquellos meses aprendí, señor, muchas cosas. Algunas debajo de la manta de Dolores la Sanluqueña, que cuando vió que la andaba rondando me hizo pasar mientras me decía que no era el momento de jugar al gallo y la gallina cuando manaña íbamos a estar muertos. No se como decirle. A lo mejor aquel hombre tenía razón. A lo mejor éramos libres.


“Soldado viejo volvió a decirlo. “Yo me quedo. Nunca en la vida he ganado. Y me gustaría hacerlo, aunque solo fuera por variar. Solo una vez, ya se que ganar no es para mí. Pero creedme, soy el mejor para quedarse aquí. Soy un experto en derrotas. He estado en todas. Y estoy dispuesto a hacer otra mas. Pero esta quiero ganarla.”

“Pues, nos quedamos todos”, dijo el vasco. Y soldado viejo movió los labios, cuarteados por el frío y la sed, así como queriendo reír. No le salió, ¿Sabe usted?, por falta de práctica.

“Señor, me hubiera gustado abrazarle, y echar a gritar, y colgarle una medalla del cuello, si yo mismo hubiera tenido alguna. Pero todos nos limitamos a dar la vuelta, estirar el embozo de aquella manta tan fina, y fingir que dormíamos. Mucho, mucho rato después entreabrí un ojo. Soldado viejo seguía mirando al fuego.


“Por la mañana temprano, los que decidimos seguir adelante liamos los hatillos. ¿Y sabe usted? Casi cada día, desde entonces, recuerdo la canción que quedó tocando el Cañailla, algo sobre una mujer que quedaba muy sola, ojú, y no pude escuchar el final por que ahí les dejamos, una guitarra y dos... Y pena que yo fuera tan joven. ¿Sabe? Que no es que no tuviera corazón. Es que entonces me faltó haber vivido mas, para ver el valor de las cosas. Y hoy daría cada día de mi vida, señor, por escuchar el final de aquella canción, ahí, sobre la nieve de Pozondón.


Mientras iba diciendo esto, los ojos del anciano se clavaron, por primera vez, en los míos. “Aguantaron dos días, fusiles con dos peines contra carros y comiendo nieve. Una división contra ciento cincuenta. Y pudimos montar una línea en Orihuela, y otra en Bronchales. Puertos de mil seiscientos y pico metros, señor, no pasarán. Y no pasaron en todo el invierno, hasta que bajó la nieve.


El anciano batió palmas para pedir la cuenta, pagó y tomó su sombrero y bastón. “¡Y Soldado Viejo!” Pregunté. “¿Qué fue de Soldado Viejo”.


“¿Soldado Viejo?” El anciano me miró como si no hubiera entendido nada. “Soldado Viejo" ganó"

Soldado viejo, por Miguel Aceytuno. Sacado de http://dreamers.com/historol/ri02.htm