martes, 31 de julio de 2012

Otro día, papa

Otro día, papa.

Cogio a la pequeña, la dio de desayunar, la vistió y la peino, lo mejor que pudo. El resultado era satisfactorio, pero era fácil lograrlo. Poco importaba que la coleta estuviera girada, que los leotardos mostraran pliegues,o que el vestido estuviera ligeramente escorado a la izquirda. Todas las niñas a los cuatro años son preciosas, y su hija no iba a serlo menos.
Le tocaba llevarla al colegio, no era lo habitual pero alguna vez ocurría. Su mujer era la única que trabajaba y él no podía negarse a hacer algo util de vez en cuando. Se palpo los bolsillos, satisfecho comprobo que estaban las llaves, el tabaco, el mechero, la tarjeta de transporte urbano...
-Venga, apaga la tele que nos vamos
-Voy papa
El trayecto hasta la parada de autobus fue como todos la veces anteriores. Nada más salir de la casa la pequeña protesto indicando lo cansada que estaba y exigió ir en brazos.
-Pero si acabas de levantarte
-Es que estoy muy cansada
Así que por no retrasarse optó por lo más fácil, cogerla y advertirla
-Pero solo hasta el proximo semaforo
La niña satisfecha de no tener que dar un solo paso le dio un beso de esos que tanto le emocionaban
-Te quiero a tú, papa.
-Que granuja- Penso el hombre. -Que manera más eficaz de salirse con la suya. 

Una vez en el autobus tuvieron suerte y pudieron elegir asiento, y como siempre que ocurría esto, eligieron, el más incomodo de todos, el más estrecho,en la última fila, donde los botes del autobus hacían sufrir tanto a las rodillas. Pero era el que ella quería.
Despues de hablar un poco de la madre, de los abuelos, de las inevitables princesas, ella se dedico a canturrear las canciones que había aprendido en el colegio. No tenía buena voz pero el tono infantil que su vocecita imprimía servían al hombre para emocionarse. Una emoción que le ayudaba en su pasatiempo favorito durante el trayecto en autobus. Sociología del desencanto lo llamaba él. Buscaba rostros que reflejaran lo que él creía se veía en el suyo propio. Se figuraba, o al menos eso creía el que en esos rostros era capaz de distinguir al que tenía trabajo del que no. A los que no tenían manera de llegar a fin de mes de los que a duras penas llegaban. Vivía en un barrio obrero así el punto de partida que se fijaba era muy bajo.
En esas estaba cuando su hija le tiro del brazo.
-El jueves es el cumpleaños de Carla
-Ah muy bien, ya llega a los cinco años, toda una mujercita.
-Y quiero ir a la fiesta
-maldición -exclamo para sus adentros- eso supone dinero y no tenemos
-Pues hay que buscarle un regalo, ¿hay algun libro en casa que le quieras regalar?.preguntó el padre
-No, no quiero regalar un libro viejo, viejo y viejo- protestó la niña.
-Pero no tenemos dinero, le podemos regalar un libro de los más nuevos que tenemos y otro día le regalamos un libro nuevo ¿vale?
-¿Otro día? -`pregunto no muy convencida la niña
-Otro día, sí
-Otro día, vale papa.

Como estas conversaciones ocurrían cada vez más a menudo el hombre volvió a sentir esa angustia que le recorría le cuerpo de tanto. Como cuando comproba lo rapido que crecía la niña y lo pequeño que le quedaban los vestidos. A pesar de su pretendido gusto por la austeridad él hombre celebraba la alegria con que la pequeña estrenaba vestidos o zapatos. Pero a pesar de que los vestidos se compraban para durar al menos dos años lo que hacía que al principio lucieran demasiado grandes y luego demasiado viejos, sabía que tal y como estaban las cosas ni estos llegarían.
Se sentía como el presidente del país, postergando la felicidad a sus ingenuos ciudadanos, recortando, recortando y prometiendo que la ansiada felicidad llegará otro día, no se sabe muy bien como ni cuando, pero prometiendo que llegara “otro día”.

Lev Mishkin

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